Esta sección pretende divulgar la obra artística de autores consagrados y noveles de una y otra orilla del Atlántico en una apuesta por vincular la creación artística con la producción intelectual.
ANA CASTRO
Ana Castro (Pozoblanco, Córdoba, 1990) es periodista y trabaja en el ámbito de la comunicación corporativa. Ha promovido y participado en distintos proyectos culturales como el colectivo y ciclo poético Otoñeces, que cocoordinó y dirigió en 2010, y el Festival Cosmopoética, cuyas redes sociales y blog gestionó entre 2011 y 2013. Sus poemas aparecen en diversas antologías y revistas. El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017), su primer poemario, ha resultado ganador del III Premio de Poesía Juana Castro.
Introducción a la obra
En El cuadro del dolor, el primer poemario de Ana Castro, de carácter autobiográfico, la autora ahonda en los límites del dolor en relación con el lenguaje, que se torna insuficiente para reflejar su violencia. Esto hace que las páginas del libro se inunden de metáforas en las que lo orgánico se mezcla con lo cotidiano. Frente a su voracidad, queda aferrarse a las raíces, buscar asideros en el origen y en esa cadena de «mujeres araña» que configuran su herencia familiar (y literaria). Sobresalen en su obra dos reivindicaciones: la inamovible presencia de la belleza al fondo del horror y la visibilización del dolor y la necesidad de nombrarlo como parte de un compromiso político.
CANCIÓN DE CUNA
¿Quieres que te cuente un cuento recuento
que no se acabe nunca?
No te pido que me digas ni que sí
ni que no, cariño,
sino que si quieres que te cuente un cuento
recuento
que no se acaba nunca?
Estás sola.
Estás sola.
Y un día tendrás dolor.
El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017)
MUJER-ENTRAÑA
I
Bajo una encina, unos zapatos rojos
aguardan la llegada de la Mujer-entraña.
Extranjera y frondosa, mujer
de concavidades pequeñas, riega con su orina
la tierra seca que la dio a luz
entre potros blancos y gritos de padre en la era.
Recuerda el frío y los relámpagos
pero apenas lirios por la casa
y unos hijos que pían y la nombran:
tú, certera, cáliz.
En su reino de hilos y frutas, la Mujer-entraña
solo responde a ritos pequeños
y al mediodía se perfila
Narcisia en las pupilas de los hombres,
Loba primera, universo en expansión permanente
que acontece para hacer manada.
II
La encontré con preguntas
–por qué el lenguaje, el ocaso, las cenizas–
entre cuerpos oscuros y espejos.
Nos descubrimos
-mujeres de carne roja-
las mismas cicatrices en el abdomen,
a la manera tierna en que las muchachas
se muestran las medias y los zapatos nuevos antes del baile.
Aquí un hijo, un billete de tren, un no-útero,
un dedal, una madre.
Hospital tras cama, entrañas que debieron morir.
Luego, macetas nuevas por la casa,
bombones y ruinas, libros, más vida roja.
Pero luz en el deseo y la manada.
Un día la Mujer-entraña tiró de la raíz de mi vientre
y la colocó en su faringe.
Nos miramos y nos supimos
mujeres dedal y mimosas,
y reímos por tanto amor en caza y tanto ego
y muerte también.
Ella me enseñó a atesorar el dolor en la belleza.
Yo, Mujer-raíz, elegí ser Loba-Hija
que brota de la misma encina,
con rugidos y olas por el pelo. No, en realidad:
Su entraña en mi vientre.
El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017)
LAS HILANDERAS
Mi hermana es la primera mujer de mi familia que no sabe coser.
Perplejas, nos miramos las unas a las otras
y nos culpamos en silencio.
Cómo ha podido pasar,
si las mujeres de mi familia arreglamos todo así,
cosiendo,
si las mujeres de mi familia hilvanamos la aguja siempre a la primera
y sentimos que así se calma un poco el mundo.
Comentamos este hecho aterradas
y nos preguntamos cómo será su vida cuando esté sola.
Cómo criará a sus hijos, cómo cuidará las plantas,
cómo se asomará al balcón, si no sabe coser.
Nos parece imposible que sin saber coser
una pueda salir adelante en la vida.
Luego, nos acordamos de los tiempos de ahora,
la vida moderna,
y nos decimos que lo que importa no tiene arreglo.
La abuela no quería que sus hijas aprendieran a coser.
Pensaba que así tendrían un trabajo. Yo, que trabajo,
también sé coser y me resulta inconcebible
no tener una aguja y un dedal a mano
(por lo que pueda pasar).
Al fin y al cabo, nos criaron así,
al calor de una mesa camilla, viendo
las horas pasar al ritmo de los pespuntes.
Mi hermana no conoció estas costumbres.
Cuando ella llegó,
el tiempo de los hilos ya había pasado,
la abuela ya había muerto,
la manada se había roto.
Y todo eso queda lejos.
Las muchachas de ahora,
como mi hermana, no saben coser
y no se preocupan. Es mejor así:
que tengan un trabajo y no cosan
-como quería la abuela-,
que salgan adelante así,
sin árbol genealógico,
todo pólvora y futuro.
El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017)
MATERNIDAD
Sobrellevar el dolor
es criar un hijo:
una ciencia exacta que solo conocen las madres.
La madre del hijo y la madre del dolor;
vientre por vientre.
La ruta silenciosa
por el cordón umbilical de luz
que conecta los cuerpos,
algo de lo que solo saben
los ojos que alimentan
el defecto y la raíz.
El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017)
MI DOLOR
Los moratones y las cicatrices son solo marcas.
Se ven. Se reconocen.
La gente es capaz de intuir
si aquello o lo otro.
Pero el dolor no,
el dolor es transparente-casi-invisible,
acaso una vibración en el rostro
o una súbita contracción del vientre.
Por eso hay que nombrarlo, decir MI DOLOR,
reivindicar su existencia como parte
de un compromiso con la salud pública,
porque a menudo ni siquiera
los diagnósticos médicos o el amor lo creen.
Por eso cada día cruzo las puertas del metro
y salgo al campo de batalla.
Encaro este pulso entre la normalidad con prisas y el dolor y yo.
Asisto a él como las mujeres acuden cada día a trabajar:
con uñas, con dientes.
Este mi compromiso político:
hacer que corra una suave brisa en los ojos,
que se vea lo que golpea dentro.
MI DOLOR es mi dolor y existe:
existe más que yo.
El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017)