Juan Manuel de Faramiñán Gilbert es catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Jaén, titular de la Cátedra Jean Monnet Instituciones y Derecho de la Unión Europea, director del Observatorio de la Globalización de la Universidad de Jaén, director internacional de la RED de Universidades Latinoamericanas y del Caribe que trabajan sobre tecnología, política y derecho del espacio ultraterrestre, profesor honorario de la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) e investigador sénior asociado del Real Instituto Elcano. Cuenta con diversas obras editadas, como Reflexiones en torno al Tratado de Ámsterdam y el futuro de la Unión Europea (2000), El Mediterráneo y la delimitación de su plataforma continental (2007), El conflicto de Afganistán (2009), además de coordinar libros como Los derechos humanos en la sociedad global: mecanismos y vías prácticas para su defensa (2011), y ha publicado en revistas científicas especializadas numerosos artículos sobre las líneas de sus investigaciones, entre los que se encuentran: «Del marco internacional al nacional: El derecho a la igualdad y a la no discriminación en la Unión Europea, la orden de protección y las medidas de protección integral contra la violencia de género en España» (2014), «Las diferencias fronterizas en Centroamérica» (2018) y «La protección de la salud pública y el respeto a las libertades individuales ante la COVID-19» (2020).

TEXTO Y FOTOS: RAÚL ORELLANA

Teniendo en cuenta que las relaciones internacionales son una de sus áreas de investigación, ¿en qué punto considera que se encuentran las relaciones entre España y América en la actualidad?

Las relaciones entre España y el continente americano habría que plantearlas desde una doble perspectiva: por un lado, las relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y, por otro lado, con los países latinoamericanos y del Caribe.

En el primer caso, las relaciones diplomáticas han resultado muy difíciles, dadas las peculiares características del presidente saliente, Donald Trump, quien, incluso habiendo perdido las elecciones de 2020, ha tenido la poca deferencia de prescindir de España a la hora de establecer un acuerdo con Marruecos sobre el Sáhara. Confiamos en que la llegada al poder de Joe Biden pueda cambiar el rumbo de nuestras relaciones con un país tan importante como los Estados Unidos de Norteamérica.

En el segundo caso, nuestras relaciones con todos aquellos países del área latinoamericana y del Caribe han sido siempre muy cordiales, dados los lazos históricos que nos unen con todos ellos, así como la comunidad de lenguas y de costumbres. Ello no quita que, de acuerdo con la agenda política de los distintos presidentes de Gobierno españoles, haya habido momentos de mayor intensidad en las relaciones, sin olvidar la cordial y permanente buena sintonía con la casa real española, a pesar de ser países de larga tradición republicana.

En las recientes movilizaciones contra el racismo en Estados Unidos, se ha producido una oleada de ataques a monumentos de varios personajes históricos identificados con la trata de esclavos. ¿Cómo afecta este tipo de actos a la herencia común entre españoles y latinoamericanos?

Es el resultado de la falta de formación cultural e histórica, dado que no todos los monumentos afectados por estos ataques han sido personajes esclavistas. No me opongo a que se critique el esclavismo del modo más claro posible, pero tenemos que saber diferenciar quiénes lo fueron y quiénes no. Esto, que se ha dado en llamar «la rebelión contra las estatuas», ha sido una demostración de incultura. Eso no quita que el racismo que ha llevado a la muerte de George Floyd por asfixia a manos de un policía blanco sea intolerable y me uno al movimiento Black Lives Matter («las vidas negras importan»). Esta situación es el resultado de que durante muchos años se haya permitido en los Estados Unidos la presencia de movimientos intolerantes como el de los WASP (white, anglosaxon and protestant) y el KKK. La decapitación de las estatuas de Cristóbal Colón en Boston, en Richmond o en Virginia es producto de una reacción popular visceral que podría tener sentido desde el punto de vista simbólico, pero que carece de sentido común. No es de ese modo como se combate contra el racismo. Como diría Ortega: «Contra el fascismo se combate leyendo y contra el racismo viajando» o también como dice Emmanuel Levinas: «Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro». ¿Qué sentido tiene demoler la estatua del misionero español Junípero Serra, quien en el siglo XVIII fundó nueve de las veintiuna misiones españolas en California, o pintar «bastardo» en la estatua de Miguel de Cervantes Saavedra?

El informe Las relaciones España-América Latina en tiempos del COVID-19, presentado por el Real Instituto Elcano, entidad con la que usted colabora como investigador asociado, destaca: «Si la España del siglo XXI quiere reforzar la relación con América Latina, deberá afrontar […] un camino de doble dirección, en el cual, si los latinoamericanos quieren reforzar también su relación con España, no pueden seguir insistiendo permanentemente en una versión maniquea de la historia, con los buenos de la película situados en un lado y los malos justo enfrente». ¿Qué labor se lleva a cabo desde esta institución para el fomento de las relaciones entre ambas regiones?

El Real Instituto Elcano realiza una encomiable labor de orientación y conocimiento científico e histórico a través de sus publicaciones, conferencias y encuentros. Por ejemplo, el investigador principal Carlos Malamud, uno de los mayores expertos en el continente americano, nos ofrece semanalmente reflexiones de gran calado sobre los distintos acontecimientos que jalonan la historia contemporánea del continente americano. En este sentido, en el Informe Elcano 22. ¿Por qué importa América Latina? se señalaba el interés que tiene esa región por sus potencialidades y se proponía a la Unión Europea reforzar la relación birregional, destacando la importancia de Latinoamérica como «tierra de oportunidades».

En lo que se refiere a la crisis sanitaria, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en mayo de 2020 que América Latina era el «nuevo epicentro» de la pandemia de la COVID-19, condición que se ha mantenido hasta septiembre de ese mismo año. ¿Cuál ha sido el impacto para Latinoamérica?

Según un informe de la Universidad John Hopkins, si bien los países latinoamericanos tuvieron tiempo suficiente de prepararse para afrontar la pandemia cuando se expandía por China, el sudeste asiático y Europa, las condiciones estructurales en relación con la economía, la vivienda y la salubridad no generaron las reacciones oportunas por parte de sus gobiernos y, como apuntó la OMS, se convirtió en un «nuevo epicentro de la pandemia», generando miles de contagios y numerosos fallecimientos. Las causas hay que buscarlas en la corrupción e ineficacia de algunos gobiernos, en la alta densidad poblacional y el hacinamiento, así como la deficiente infraestructura sanitaria. Además, algunos dirigentes latinoamericanos han seguido la estela de los «negacionistas» y no han advertido a la población del peligro que supone la propagación del virus, al tiempo que critican los criterios de la OMS, se niegan a utilizar mascarillas y no respetan las distancias de seguridad, con el resultado lamentable del aumento exponencial de contagios de la COVID-19.

A este respecto, según ha denunciado la ONG Manos Unidas, durante la pandemia se ha producido un incremento de la vulneración de los derechos de algunos colectivos, como es el caso de los pueblos indígenas y los defensores de derechos humanos. ¿Cree que la COVID-19 ha puesto en riesgo los sistemas democráticos de América Latina?

Los gobiernos xenófobos y extremistas han debilitado el modelo democrático y a Latinoamérica, y han promovido el surgimiento de líderes populistas que no respetan los derechos humanos y discriminan de manera agresiva a las poblaciones indígenas. Por ello, la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, ha advertido que es importante que no se violen los derechos humanos con el pretexto de implantar medidas de excepción o de emergencia, dado que «las facultades de emergencia no deben ser armas que los gobiernos puedan usar para aplastar la disidencia, controlar a la población o prolongar su estancia en el poder», puesto que solo «esos poderes deben usarse para afrontar eficazmente la pandemia; nada más, aunque tampoco nada menos». Bachelet agrega también que «numerosos informes, procedentes de diversas regiones, indican que la policía y otros cuerpos de seguridad han estado usando un volumen de fuerza excesivo, a veces letal, para obligar a la población a cumplir con las normas de confinamiento y los toques de queda. A menudo esas violaciones de derechos humanos se han cometido contra miembros de los segmentos más pobres y vulnerables de la población». Numerosas instituciones internacionales han llamado la atención sobre el peligro que supone una prolongación excesiva de las limitaciones a las libertades individuales, más allá de las necesarias medidas precautorias ante la propagación del virus. Nicholas Bequelin, director regional de Amnistía Internacional, ha manifestado que «la censura, la discriminación, la detención arbitraria y las violaciones de derechos humanos no tienen cabida en la lucha contra la pandemia del coronavirus», dado que «las violaciones de derechos humanos obstaculizan, en lugar de facilitar las respuestas a las emergencias de salud pública, y reducen su efectividad».

¿Considera que este virus ha servido para exhibir un grado de división entre sus distintos gobiernos, acarreando una amenaza a la estabilidad latinoamericana?

No necesariamente. La división entre los gobiernos latinoamericanos es endémica y proviene del conflicto entre gobiernos dictatoriales militarizados y gobiernos democráticos basados en el Estado de derecho. Es un conflicto que ha asolado siempre la historia de Latinoamérica. La pandemia no ha hecho más que agravar la situación y las posiciones se han enquistado aún más, y determinados países con gobiernos populistas y criterios «negacionistas» están empeorando la situación. La crisis económica, resultante de las restricciones de las actividades comerciales como consecuencia de la pandemia, va a dejar un lastre de pobreza en regiones que ya se encontraban depauperadas y va a generar una gran inestabilidad, fomentando un abismo económico entre distintas clases sociales.

Esta región, además, ha registrado un preocupante incremento de los casos de violencia de género, debido a que, en muchos casos, las víctimas se encontraban todo el tiempo bajo la vigilancia de sus agresores. ¿De qué manera afecta a este problema esta determinada circunstancia?

Los estudios psicológicos que se han realizado durante el confinamiento han señalado un alarmante aumento de las depresiones y tendencias agresivas. Para colmo, el enclaustramiento ha exacerbado las tensiones entre las parejas y han aumentado los casos de violencia de género, con el agravante de que la mujer agredida no tiene posibilidades de salvar la situación, dado que se encuentra prisionera en su propia casa. Como ha señalado Miguel Lorente Acosta, uno de los mayores expertos españoles en materia de género, «las circunstancias del confinamiento potencian los factores de riesgo de violencia de género individuales y sociales, porque refuerzan el aislamiento y las barreras que dificultan la solicitud de ayuda y la denuncia. Esta situación tiene como consecuencia directa el aumento de esta violencia. No obstante, una primera aproximación puede llevar a error si se entiende que la violencia de género ha disminuido debido al descenso de las denuncias y del número de homicidios. El estudio médico-legal de la violencia de género bajo el confinamiento debe tener un sentido evolutivo que contemple las consecuencias en sus dos fases: durante el confinamiento, con el aumento en todas sus formas (física, psicológica y sexual), y tras el confinamiento, centrándose en la valoración del riesgo de letalidad, el cual se incrementa debido a la percepción de pérdida de control que tiene el agresor». Se trata de una cuestión terrible y preocupante frente a la cual la sociedad debe reaccionar de manera categórica y sin tapujos, fomentando la protección de las mujeres con apoyo efectivo por parte de las autoridades y no banalizando las denuncias, con el fin de controlar y castigar penalmente a los agresores.

¿Qué conclusiones podemos recabar del dolor de esta pandemia?

Quizás, la mejor enseñanza que podemos extraer del dolor de esta pandemia es que debemos aprender a fomentar la solidaridad social, que hemos visto en el comportamiento ejemplar del personal sanitario. También, insistir sobre la necesidad de que, frente a la insensatez de los «negacionistas», la pandemia es una realidad y que si no cumplimos con los requisitos de seguridad sanitaria el patógeno se seguirá llevando vidas. Se trata de «ser ejemplares», pues con nuestro ejemplo de comportamiento cívico podemos, cumpliendo con las indicaciones de protección, salvar muchas vidas. Además, del dolor de la pandemia hemos aprendido que, como dirían los estoicos, debemos preocuparnos por lo que está en nuestras manos y dejar de lado las enfermizas teorías conspiranoicas, pues estas pandemias no son algo nuevo que se haya provocado para exterminar a la humanidad. De tanto en tanto, generalmente por error humano, se producen estos estragos sociales. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que, si bien la comunidad internacional se está enfrentando a un fenómeno sin precedentes en los dos últimos siglos, conviene recordar que no significa que no haya habido situaciones similares en otros momentos de la historia, las cuales no solo asolaron y diezmaron la población, sino que tuvieron una duración de casi veinte años, como es el caso de la peste antonina (del 165 al 180 de nuestra era), atribuida a la viruela. Esta, en su pico más alto llegó, según las crónicas, a exterminar alrededor de cinco mil personas al día en Roma. Se piensa que el emperador estoico Marco Aurelio murió víctima de esta peste. En esta misma línea, pero anterior a la antonina, recordemos a Tucídides en su obra La guerra del Peloponeso, en la que describe con lujo de detalles la peste —de la que no se conoce a ciencia cierta su origen, aunque se atribuye a la fiebre tifoidea— que asoló Atenas en el 430 antes de nuestra era y se llevó a la tumba a la cuarta parte de la población; duró cuatro años y el propio Pericles y parte de su familia sucumbieron ante su embate. Posteriormente, en el 541 surge la peste llamada de Justiniano, provocada por la pulga de las ratas, la bubónica, que comienza en Egipto y alcanza Constantinopla, y llega a matar a diez mil personas al día, según nos narra Procopio de Cesarea. En el siglo XIV también la peste bubónica dio lugar a la pandemia conocida como la peste negra, que llega a Europa en 1348, probablemente traída desde Asia al Mediterráneo y luego a Europa, y extermina en seis años a veinte millones de europeos. La gripe también ha sido causa de muchas pandemias mortales, como es el caso de la gripe rusa, que surge en San Petersburgo entre el 1889 y 1890; esta asola Europa y luego se desplaza a América, causando la muerte a más de un millón de personas en todo el mundo. La mal llamada gripe española, que surge en Kansas (Estados Unidos) y se expande por todo el planeta entre 1918 y 1919, acaba con la vida de alrededor de veinticinco millones de personas. Sin olvidar la gripe asiática de 1957, la gripe de Hong Kong de 1968, la gripe rusa de 1977, la gripe aviar de 2003 ni la gripe A de 2009, a las que se suma la pandemia del coronavirus a partir de 2019.

Para finalizar, el confinamiento domiciliario también ha tenido consecuencias positivas, como la creación de nuevas obras literarias. Ese es el caso de Amar América, escrito por la poeta María Antonia García de León y presentado por usted en el Ateneo de Málaga. ¿Cuál es su relación con la autora y qué destaca de ese libro?

La reunión poética que mantuvimos en el Ateneo de Málaga fue un verdadero oasis en el desierto cultural que ha provocado la pandemia. Los que amamos el arte y la poesía tuvimos la oportunidad de intercambiar «juegos florales» de altísima calidad. Mi relación con María Antonia García de León, Antonieta, viene de lejos, del mundo universitario, pues la conocí a través de mi mujer, María Dolores Fernández-Fígares, cuando realizaba importantes investigaciones en materia de género como socióloga y académica. Esta amistad se fue acrecentando con el tiempo en un sólido cuarteto de intelectuales al que se unió su marido, Luis Gómez-Ullate Alvear, y en la actualidad es el ejercicio de la inspiración poética el que ha fortalecido aún más nuestra fraternidad. Su libro Amar América, que he tenido la satisfacción de reseñar, es un estudio que combina la poesía y el análisis sociológico de la relación entre España y Latinoamérica. En esta obra, ella es capaz de adormecerse en el arrullo de una canción de cuna que se enlaza con su infancia, con sus recuerdos manchegos, y, en la ensoñación de sus desvelos literarios, a veces se pregunta: «¿Dónde está el centro?, ¿dónde la periferia?», lo cual solo tiene respuesta en la voz arcana de Blaise Pascal, que, remedando al Cusano, nos dice: «El universo es una esfera donde el centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna». Antonieta camina sobre los bordes de adobe y granito de las viejas murallas precolombinas y se recrea haciendo enlaces de rima y gracias con las otras murallas de la vieja Castilla. Ella sabe que las dos son ancestrales y que la vieja Europa es tan antigua como la nueva América, pues ambas se entrelazan en las molduras que teje el tiempo, las que une la mar océana. Ese océano Atlantis es un puente líquido y vertebral que desafiaba más allá de las Columnas de Hércules a los aventureros y navegantes. Estos, con valor colombino, se adentraron en sus aguas, a veces oscuras y temperamentales en olas y tempestades infinitas, pero que se rendían a los más avezados para brindarles un camino equinoccial que les unía en el abrazo sacrificial de dos mundos encontrados que se combatieron y a la vez se amaron. García de León nos habla de ese amor entre bastardos y mestizos que generó la fuerza de la sangre criolla, indomable y persistente en la búsqueda de su propia identidad, que se plasmó con sangre y fuego, pero también se nutrió del encuentro carnal de dos modos de ser y de pensar que, como en el caso de Malintzin y Cortés, les unió en el tálamo más allá de las refriegas palaciegas. Por ello, cuando releo los poemas de García de León intuyo la fuerza del fatum que encierra el destino de los poetas y me vienen a la mente las reflexiones de Maqroll el Gaviero —que con tanta maestría describiera Álvaro Mutis— cuando en sus empresas y tribulaciones nos indica: «La piedad de los dioses, si existe, es para nosotros indescifrable o nos llega con el último aliento de vida. Nada se puede hacer para librarnos de su arbitraria tutela». A María Antonia García de León la han marcado dos destinos, el europeo de La Mancha sobria y el americano de la desmesura y de la hibris, como bien nos explica ella misma: «En mí, dos opuestos complementarios: el pájaro solitario que no luce color y en esplendor, brilla la guacamaya».