VIVIR LA CIUDAD. SEVILLA O ALGUNOS LUGARES DE LA POESÍA

Texto y fotos: Noelia Domínguez (Universidad de Sevilla, España)

DOI: https://doi.org/10.24310/TSN.2022.v7i14.17332

Si se me preguntara sobre la ciudad donde habito, lo primero que vendría a mi memoria es su luz, después la hermosa y libre sensación de andar por ella, y con dicha experiencia la posibilidad de encuentro con las cosas. Y sucede que, sin darme cuenta, se vive la ciudad como realidad, pero, a la vez, como evocación, recuerdo o proyección. Acaso como si brotara de ella misma un imparable impulso creador.

De este modo, ciudad y persona quedan ligadas, y no solo a la belleza y a la libertad, sino también a un principio inseparable, el tiempo. Y es, precisamente, esta sustancia común, que pone todo en el límite, la que acaba engrandeciéndonos. Sevilla sostiene en su presente la memoria de ayer, la personal, la que late en cada vida humana particular, y la hecha y deshecha por la historia colectiva, así como enarbola sus sueños futuros. El río navegable («El río que acompaña / también, / de puente en puente primavera abajo, / magno río civil de las historias»)[1], la crisolada catedral y su Giralda («Volumen nada más: base y altura»)[2]; los jardines con ecos americanos, los anaranjados y arábigos muros de piedra; las largas, estrechas e intocables palmeras, los puentes necesarios. Todo parece convivir hoy armónicamente. Y así se va definiendo su silueta y su interior.

¡No es de extrañar que un día, allá por el año 1927, siguiendo la estela cervantina, gongorina, becqueriana y machadiana, unos jóvenes soñadores encontraran aquí, en esta ciudad al sur de España, un espacio para la poesía! El azar, pues, se volvió destino, en voz de Guillén. ¡Cómo no agradecer los balcones con geranios en flor, los patios en sombra, los azulejos y las azoteas («Sol de la tarde»)[3], las calles —la bulliciosa Sierpes o la tranquila y misteriosa Aire—, las fuentes, pérgolas e iglesias, y los naranjos, pinos, magnolios, ficus, y alguna escondida encina («raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?»)![4] Sus palabras nos devuelven el deseo de seguir viviendo la ciudad auténticamente, siendo siempre parte de lo otro y estando con los otros.


[1] Guillén, Jorge (1936): «Esperanza de todos», en Cántico.

[2] Diego, Gerardo (1941): «Giralda», en Alondra de verdad.

[3] Diego, Gerardo (1963): «Torerillo en Triana», en La suerte o la muerte. Poema del toreo.

[4] Cernuda, Luis (1941-1949): «Tierra nativa», en Como quien espera el alba.